San Victor I

XIV Papa (189 - 198)

El “Liber Pontificalis” lo sitúa como nativo de África y le da a su padre el nombre de Félix. Esta autoridad, tomando como base el “Catálogo Liberiano”, indica los años 186-197 como el periodo de su episcopado. El texto armenio de la “Crónica” de Eusebio (Leipzig, 1911, p. 223) coloca el principio del pontificado de Víctor en el año séptimo del reinado del emperador Cómodo (180-87) y le da una duración de doce años; en su “Historia de la Iglesia” (V, xxxii, Ed. Schwartz, Leipzig, 1902), Eusebio transfiere el principio de su pontificado al décimo año del reinado de Cómodo y dice que duró diez años. Durante los últimos años de Cómodo (180-92) y los primeros de Septimio Severo (desde 193), la Iglesia Romana gozó en general de una gran paz externa. La opinión favorable de Cómodo para con los cristianos se adscribe a la influencia de una mujer llamada Marcia. De acuerdo con el testimonio de Hipólito (Philosophumena, IX, 12) había sido presentada por el presbítero Jacinto y estaba muy favorablemente inclinada hacia los cristianos, tal vez incluso ella era cristiana (Hipólito, loc. Cit., la llama philoteos “Amiga de Dios”). Un día mandó llamar al Papa Víctor al palacio imperial y le pidió una lista de los cristianos romanos que habían sido condenados a trabajos forzados en las minas de Cerdeña para que pudiera obtener su libertad. El Papa le entregó la lista y Marcia, habiendo recibido el perdón requerido del emperador, envió al presbítero Jacinto a Cerdeña con una orden de liberación para los confesores cristianos. Calixto, quien luego sería Papa y estaba entre esos deportados, no volvió a Roma, sino que permaneció en Anzio, donde recibió una pensión mensual de los cristianos romanos. Ireneo (Adv. Haerses, IV, xxx, 1) señala que los cristianos fueron empleados en este periodo como oficiales de la corte imperial. Entre estos oficiales estaba el liberto imperial Prosenes, cuya tumba y epitafio se han conservado. Septimio Severo, también durante los primeros años de su reinado, trató amablemente a los cristianos, así la influencia de los oficiales cristianos continuó. El emperador mantuvo en su palacio a un cristiano llamado Próculo quien una vez le había curado. Protegió a los hombres y mujeres cristianos de rango contra los excesos de la plebe y su hijo Caracalla tuvo una enfermera cristiana (Tertuliano, “Ad Scapulam”, IV). El cristianismo tuvo grandes avances en la capital y también encontró adeptos entre las familias distinguidas por su riqueza y ascendencia noble (Eusebio, “Hist. Eccl.”, V, xxi).

Durante esta época hubo disensiones internas que afectaron a la Iglesia en Roma. La disputa sobre la celebración de la Pascua se agudizó. Los cristianos en Roma, quienes venían de la provincia de Asia, estaban acostumbrados a celebrar la Pascua el 14° día de Nisan, cualquiera que fuera el día de la semana en que cayese, tal como lo habían hecho en casa. Esta diferencia inevitablemente trajo problemas cuando apareció en la comunidad cristiana de Roma. El Papa Víctor decidió, en consecuencia, unificar la observancia del festival de la Pascua y persuadir a los Decimocuartianos a unirse a la práctica general de la Iglesia. Le escribió, entonces, al Obispo Polícrates de Éfeso y le indujo a llamar a los obispos de la provincia de Asia para discutir el asunto con él. Así se hizo, pero en la carta enviada por Polycrates al Papa, declaró que él firmemente se adhería a la costumbre decimocuarta observada por tantos celebrados y santos obispos de esa región. Víctor convocó un encuentro de obispos italianos en Roma, el cual es el primer sínodo romano conocido. También escribió a los principales obispos de los distintos distritos, urgiéndoles a llamar a los obispos de sus secciones del país y a pedirles consejo con respecto al asunto de la fiesta de la Pascua. Llegaron cartas de todas partes: del sínodo en Palestina, en el cual Teófilo de Cesarea y Narciso de Jerusalén presidieron; del sínodo del Ponto, sobre el cual presidio Palmas, como el más anciano; de las comunidades de las Galias cuyo obispo era Ireneo de Lyon; de los obispos del Reino de Osrhoene; también de obispos individuales como Basilio de Corinto. Estas cartas unánimemente reportaron que celebraban la Pascua en domingo. Víctor, quien actuó durante todo el asunto como cabeza de la Cristiandad, llamó ahora a los obispos de Asia a abandonar su costumbre y a observar la práctica universal prevaleciente de celebrar siempre la Pascua en domingo. En caso de no hacerlo, los declararía fuera de la hermandad de la Iglesia.

Este severo proceder no agradó a todos los obispos. Ireneo de Lyon y otros escribieron al papa Víctor, le reprocharon su severidad, le urgieron a mantener la paz y la unidad con los obispos de Asia y a tener sentimientos hacia ellos. Ireneo le recordó que sus predecesores habían en efecto mantenido la observancia dominical de la Pascua, como era lo correcto, pero no habían roto las amistosas relaciones y comunión con los obispos debido a que mantuvieran otra costumbre. No tenemos más información con respecto a como siguió el asunto bajo Víctor I con lo que respecta a los obispos de Asia. Todo lo que se sabe es que en el curso del siglo III la práctica romana de la observancia de la práctica se hizo gradualmente universal. En la misma Roma, donde el papa Víctor naturalmente reforzó la observancia de la Pascua en domingo por todos los cristianos en la capital, un oriental llamado Blasto, con unos cuantos seguidores se opuso al Papa y generó un cisma, el cual, sin embargo no creció. Víctor también tuvo dificultades con un sacerdote romano llamado Florino, quien probablemente vino del Asia Menor con San Policarpo y posteriormente fue presbítero de la Iglesia romana. Cayó en la herejía gnóstica y defendió la falsa enseñanza de Valentino. San Ireneo escribió dos tratados contra él: “Sobre la Monarquía [de Dios] y que Dios no es el Autor del Mal” y “Sobre el Ogdoad.” Ireneo también llamó la atención de Víctor sobre los peligrosos escritos de Florino, quien fue probablemente degradado de sus funciones sacerdotales y expulsado de la Iglesia (Eusebio, “Hist. Eccl.”, V, xv, 20).

Durante el pontificado de Víctor, un rico cristiano, Teodoto el vendedor de plomo, vino de Constantinopla a Roma y enseñó falsas doctrinas concernientes a Cristo quien, declaró, era solo un hombre dotado por el Espíritu Santo, en el bautismo, con poderes sobrenaturales. El Papa condenó esta herejía y excluyó a Teodoto de la Iglesia. Éste, sin embargo, no desistió, sino que, junto con sus adherentes formó un partido cismático, el cual se mantuvo surante un tiempo en Roma. Víctor también puede que haya entrado en contacto con los montanistas. Tertuliano reporta (“Ad Praceam”, 1) que un Obispo romano, cuyo nombre no da, había declarado su aceptación a las profecías de Montano, pero había sido persuadido por Praxeas a retractarse. Duchesne y otros historiadores piensan que Tertuliano se refiere al papa Eleuterio, pero muchos investigadores consideran más probable que se refería al papa Víctor, porque el último había tenido mucho que ver con los habitantes del Asia Menor y, porque entre el 190 y el 200, Praxeas había ido de Roma a Cartago, donde fue opuesto por Tertuliano. La cuestión no puede ser decidida positivamente.

Jerónimo llama al papa Víctor el primer escritor latino en la Iglesia (Chronicon, ad an. Abro. 2209); menciona pequeños tratados (mediocria de religione volumina, loc. cit.; cf. "De viris illustribus", XXXIV: "Victor, decimotercer obispo de la ciudad Romana, el escritor de ciertos opúsculos sobre la cuestión pascual y otros, rigió a la Iglesia diez años bajo Severo”). Además de las cartas concernientes a la controversia pascual, ninguno de los trabajos de San Víctor es conocido. Harnack trató de probar que fue el autor del tratado contra los jugadores de dados (“De alcatoribus”), erróneamente atribuido a San Cipriano. Fue durante la administración de Víctor, tal vez, que el cánon de la Escritura usado en Roma fue redactado. En la nota concerniente a él en el “Liber Pontificalis” (ed. Duchesne, I, 137) la controversia de la Pascua también es mencionada; adicionalmente, la introducción de secuencia entre el clero también se le atribuye a él. No se sabe con certeza a qué se refiere esto, si aplica a los acólitos o a los asistentes que aparecieron posteriormente en Roma dado que dicho clero se encontraba muy ocupado con la administración de sus curas- En cualquier caso la nota es una de esas que el autor arbitrariamente insertó en las biografías de los varios papas y, consecuentemente, no tiene valor histórico. Lo mismo se aplica a la ordenanza concerniente a la administración del bautismo en casos de necesidad adjudicada al papa Víctor por el mismo autor. 


Fuente: EUSEBIUS, Hist. eccl., V, xx-xxvii; Liber Pontificalis, ed. DUCHESNE, I, 137-138; Acta SS., July, VI, 534-542; LANGEN, Geschichte der römishen Kirche, I (Bonn, 1881), 176 sqq., 179 sq., 182 sqq.; DUCHESNE, Histoire ancienne de l'église, I (Paris, 1906), 251 sq., 277 sq., 289 sqq. 

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