San Celestino V (Pietro Angelari de Murrone)

CXCII Papa
(5 julio - 13 diciembre 1294)

Un papa «angélico». Muchas fantasías literarias se siguen vertiendo en torno a este papa que tomó la decisión excepcional de abdicar y al que algunos autores siguen llamando «papa angélico», como lo hicieran los franciscanos «espirituales» en su propio tiempo. Hace más de un siglo F. Ehrle (Die Spirituales, ihr Verlhaltniss zum Franciscanerorden und zu den Fratricellen, 4 vols., Berlín, 1885-1888) puntualizó la necesidad de distinguir entre estos «espirituales», rigoristas que preceden a la observancia, que aparecen íntimamente ligados al nombramiento y gestión de san Celestino, y los fratricelli posteriores, en los que, como clara desviación de esta postura, se mezclaron la resistencia al papa y algunas doctrinas heréticas milenaristas. Por su parte, F. X. Seppelt (Monumento Coelestiniana, Paderborn, 1921) ha trabajado para recopilar la abundante literatura en torno a Celestino, a fin de separar los elementos reales de los legendarios, reconociendo la importancia que en 1294 revestían las ideas rigoristas. Estas pretendían, frente a los intereses políticos y de familia, dar un salto radical entregando el pontificado a un santo, que lo fuera en el sentido más simple y directo de la palabra.

Tras la muerte de Nicolás el solio estuvo vacante dos años y tres meses: divididos en facciones, los doce cardenales eran incapaces de llegar a un acuerdo que atribuyese los doce votos que se necesitaban. Tras dos interrupciones, el cónclave volvió a reunirse en Perugia en octubre de 1293; se produjo entonces una fuerte presión de Carlos II, que necesitaba de un papa que confirmase el acuerdo que acababa de concluir con Jaime II en La Jonquera, el cual incluía la orden a Federico para entregar Sicilia. Los cardenales no se rindieron a las presiones, pero fueron conscientes de la necesidad de poner rápidamente fin al interregno porque se estaban produciendo graves desórdenes. El decano del Sacro Colegio, Latino Malabranca, dijo que un santo ermitaño, Pedro de Morrone, había profetizado un castigo de Dios si seguían demorando la elección, y añadió que este hombre santo era precisamente su candidato. Con bastante rapidez los cardenales le proclamaron por unanimidad.

Pedro era hijo de aldeanos y tenía 85 años; educado por los benedictinos de Santa María de Faifula, se había retirado a una cueva del monte Morrone, de donde procedía el nombre con que sustituyera el de Pedro Angelario, que recibiera en el bautismo. El apellido familiar se prestaba a interpretaciones relacionadas con el advenimiento de un «papa angélico» que iniciaría la nueva etapa en la vida de la Iglesia, dominada por el Espíritu según las profecías de Joachim de Fiore (1130? - 1202). Al acudir a él numerosos discípulos, decidió construir una iglesia dedicada a Santa María al pie del Morrone y crear una fraternidad reconocida por Gregorio X en 1274, pero dentro de la orden y regla de san Benito, que pretendía observar con todo rigor. Carlos II tomó la hermandad bajo su protección y Pedro Angelario fue elegido abad del monasterio de Faifula, donde se educó. Pero en 1293 había tomado la decisión de retirarse de nuevo a una gruta en el Morrone para ser otra vez ermitaño.

Fracaso y abdicación. Costó trabajo convencerle para que aceptara. Pero un vasto clamor se extendió por Italia: al fin la santidad estaba en la cátedra de Pedro. Los «espirituales» le consideraron como uno de los suyos —de ahí el error de que a veces se le tuviera por franciscano— y Carlos II le tomó bajo su guía y protección. Con escolta napolitana llegó a L'Aquila, en cuya iglesia de Santa María de Colmaggio fue consagrado el 29 de agosto. Celestino no fue nunca a Roma: el rey preparó para él una residencia en el Castilnuovo de Nápoles. Incapaz de usar el latín, hablaba en italiano con sus cardenales. Pronto se demostró que santidad y gobierno son valores distintos: pueden coincidir, pero pueden también ser divergentes. Nombró doce cardenales, sobre una lista que le proporcionó Carlos II (siete eran franceses y todos angevinos), confirmó el acuerdo de La Jonquera, dando un plazo de tres años a los aragoneses para restituir Sicilia, y nombró a un niño de pocos años, hijo de Carlos II, arzobispo de Toulouse. La confusión en la curia se hizo terrible: algunos beneficios eran atribuidos simultáneamente a varias personas por ignorancia absoluta del asunto.

Llegado el tiempo de Adviento propuso retirarse a un lugar aislado a fin de entregarse a la oración contemplativa en riguroso ayuno, dejando a tres cardenales el gobierno de la Iglesia. Cuando el colegio rechazó esta propuesta que consideraba muy perjudicial, consultó con uno de sus miembros, Benito Gaetani, notable canonista, si existían precedentes de una abdicación. La respuesta fue afirmativa aunque errónea. Entonces, el 10 de diciembre de 1294, publicó una bula que hacía extensivo el procedimiento del cónclave de Gregorio X, previsto para la muerte de un papa, al caso de una renuncia, y el 13 del mismo mes, en un consistorio, se dio lectura a un acta de abdicación que el propio Gaetani preparara. Sin duda Celestino, de nuevo Pedro Angelario del Morrone, confiaba en volver a su vida de santo ermitaño. No se lo consintieron: podía convertirse en bandera para los «espirituales». Tratado con toda dignidad, se le puso vigilancia, de la que huyó tratando de volver al yermo. Fue entonces cuando Bonifacio VIII le encerró en Castel Fumone, cerca de Ferentino. Es seguramente falsa la noticia de que se le maltratara: murió el 19 de mayo de 1296. Fue canonizado el 5 de mayo de 1313 como confesor de la fe.


Fuente: Paredes, Javier. (1998). Diccionario de los Papas y Concilios. BARCELONA:Editorial Ariel, S.A

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